Don Atilio, mi noble vecino, golpea a mi puerta. Es que Emilia, su esposa, cayó de congoja. Angustias y desazones la dejaron muerta. Pócimas, brebajes y palabras que escoja. Los males y sombras ya cubren su rostro. Busco entre los cofres uñas de gato y ungüentos. Nada es suficiente cuando sientes lamentos. Me paro y repito cada palabra al viento. Sucumbe la ira, dejándome el alma. El ave negra observa cual suma de diablos. Si fuera perfecta ordenaría con calma. Me tiembla la mano, no pienso ni hablo. Dejo de ser yo, para que fluya la fuerza. Olvido mi vida y descubro vocablos. Me aterra la imagen que domina mi mente. No dejo que gane, ni pasos avance. Maldigo y destierro, si caigo rendida. Llevo en la sangre ser médium y bruja. La unto, le rezo, la baño con agua. Le pido a los ángeles que quiten sus velos. Aliento encontrarla ...
Escribir puede transformar los preciosos instantes en historias, donde los sueños cobran vida y le dan forma a un tejido de ideas, circunstancias y motivaciones. Animarse a soltar aquello que hemos guardado o imaginado nos vuelve seres infinitos.