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DESCUBRIR QUIEN ERA




La tarde del otoño, con sus ocres y dorados; con su iluminación  algo perdida ante la inclinación natural de los rayos solares, me daban un sentido casi hipnótico para soltar mis pasos por las calles de mi barrio, Villa Ortuzar. Fue entonces que terminé recorriendo los laterales de la facultad de agronomía. Las hojas crujientes bajo mis pisadas cautivaron mis oídos. Absorta entre tantas maravillas de pronto observé a una familia. El padre y la madre eran dos jóvenes de no más de 35 años, estaban al parecer paseando con sus hijos. Los tuve buen rato bajo mi visión sin saber la razón. 

Yo hijos no había querido tener en mi momento fértil. Mariela mi pareja por aquellos días y yo nos habíamos embarcado en nuestra empresa y ella bien celosa no nos dejaba respirar. Lo cierto es que esta pareja destilaba el mejor de los idilios. Cuchicheaban entre ellos y sus gestos resultaban ser un verdadero modo de expresarse. Uno de ellos, el que realizó el hombre con las cejas, me hizo  notar el parecido con el tío Augusto mi padrino.  

¿Cuántos  años hacía desde que nos perdimos de vista?  Cuarenta, caí en la cuenta. Pero este joven se le asemejaba tanto que me dio un escozor en la espalda. Obvio no pude quitarle los ojos de encima y mi caminata dejó de ser mía por seguirlos. 

Presté atención a sus palabras desde ese momento como a sus actitudes.  Era fiel espejo de mi tío. Ni lerda ni perezosa aguardé el momento justo para acercarme y preguntarle si tenía algo que ver con él. 

Casi al cruzar la avenida San Martín camino al barrio de Villa del Parque el semáforo nos detuvo al mismo tiempo. Aproveché para preguntarle por una calle y le sostuve la mirada. Cuando le pregunté si conocía a Augusto Sosto, el joven quedó sorprendido. El semáforo nos dio paso y su mujer lo arengó a tomar a uno de los niños. Él volvió a mirarme y respondió que era su padre.  

Seguimos marchando juntos y resolviendo varios interrogantes. Quién hubiera pensado que por un gesto pudiera reconocerse el parecido con otra persona. Nos presentamos y supe que se llamaba Horacio y su mujer Jazmín. Me invitaron a su casa luego de saber quien era.  Fue magnífico poder conocernos y más aún acceder a las historias de vida de ambas familias. 

Desde aquella tarde mis días me permiten recordar el ayer.  Augusto dejó tantas huellas sobre su hijo como las que inculcó en mí.  La vida me volvió a dar la oportunidad de devolver un poco, al menos,  del amor de mi padrino y yo no lo iba a desaprovechar.  

Con su padre dejamos de vernos cuando emigró a Europa. Nunca supe nada más de su vida. En esa época no había internet, ni celulares por lo cual tal vez nuestros padres se habrán comunicado por carta.  La familia de Horacio regresó al país para sus dieciochos.  Ingresó en la facultad y luego de recibirse sus padres fallecieron en un accidente aéreo regresando de Misiones. Fue muy trágico ese momento, más para él que fue su único hijo.  Pero no me quedaron dudas de todo lo que había adquirido junto a ellos. Sus modos eran los mismos y ni hablar de algunos gestos donde yo no podía dejar de reconocer a Augusto.   

A decir verdad mi padrino me ha hecho convertirme en tía y bien agradecida le estoy. Mis sobrinos postizos hicieron que la vida fuera muy diferente a la planeada.  Mariela y yo aprendimos a abrirnos sin ningún temor y los chicos nos demostraron que éramos una familia con su amor y todo sucedió por un gesto.

 L.F. Del Signore

Cuarto Mundial de la Escritura

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