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LA SOMBRA

 La sombra 


Juan viajaba con prisa a la reunión que su jefe había organizado  al aire libre en su estancia en Capilla del Señor. Se sentía feliz luego de tanto encierro por la pandemia global. <<Un actor sin actuar se vuelve una fiera ansiosa>>,le decía a  diario su mujer. María estaba en lo cierto, pensó con una sonrisa pícara en su rostro. Mientras conducía escuchaba por la radio su programa favorito, de pronto el conductor dijo que Pedro Luna, reconocido actor por su infinidad de películas en las cuales tuvo roles protagónicos, había fallecido de Neumonía virósica.  

Juan desaceleró su vehículo hasta que lo detuvo en la banquina y no pudo menos que quedarse atónito pensando en Pedro, compañeros desde chiquilines en el barrio. ¿Cuánto hacía que no se veían, dos o tres años? Sintió una fuerte opresión en su pecho. Abrió su puerta y descendió. El viento le acarició su rostro y le revolvió su hermosa cabellera oscura. Tenía una melena envidiable aún a sus 65 años. 

Caminó doscientos metros en dirección contraria al punto adonde se dirigía. A un costado un par de Eucaliptus se movían con fina armonía. Lo que parecía la cabeza de un perro giró y Juan cruzó con él su mirada. Sintió una tristeza que le trajo a la mente a Pedro, pero no, esta tristeza no le pertenecía, era de  otro. Se acercó intrigado y luego de unos metros se quedó petrificado, el cuerpo de  una mujer yacía sobre la grama. Su pollera levantada en parte, descalza pero con las medias puestas. La blusa blanca manchada , flameaba de un lado.  

Juan logró salir de su estado cuasi congelado y marcó emergencias en su móvil. Mientras aguardaba agradeció tener señal. Una voz dijo hola y se identificó como policía preguntándole a medida que él iba respondiendo un sin fin de cuestiones. Juan envió las coordenadas como la oficial le había indicado y aguardó media hora. En ese tiempo preparó un mensaje de texto para su jefe y le dio send. Pensó una y otra vez en la mujer y su perro. Al rato un móvil policial se detuvo y bajaron de él dos policías. 

La escena era peor al acercarse, el perro comenzó a aullar y no quiso alejarse del lugar. Un oficial lo ató a un árbol para que no entorpeciese la tarea de evaluación y recolección de pruebas. Le tomaron declaración a Juan y quedaron en que concurriera al destacamento más tarde. Él no podía moverse.   Observó que faltaba un brazo de la mujer, justo donde flameaba la camisa. Quién habría podido ser tan cruel con ella pensó. 

El sonido de una llamada entrante de su móvil  lo  sacó  de sus elucubraciones. Era su jefe, para preguntar sobre su tardanza.  Al explicarle, el otro maldijo y Juan se lamentó de no poder asistir a la reunión. Cuando uno de los agentes observó a la mujer resopló y exclamó. <<¡Perez, es la amante del intendente!! >>  De seguro se complicarían las cosas en el municipio y la noticia correría como reguero de  pólvora. 

Juan se quedó sentado sobre un tronco a la espera de vaya a saber qué. Sintió una leve angustia naciendo en su pecho. Carraspeó intentando quitársela. Sus ojos se llenaron de lágrimas y no supo cómo detenerlas. Creyó ver a la mujer ventilando su amor al perro. Sin comprender la razón por la que su mente vagaba en el pasado, una sombra pareció inquietarla y la mujer perdió los estribos. Corrió y corrió con su perro de ladero. Quiso esconder su temor esperando a la noche. La sombra la sorprendió por la espalda. El perro comenzó a gruñir. Ella sin ver entendió que su fin comenzaba a despertarse. Ni un segundo perdió mientras aquella la aferraba con fuerzas. El mal fue derramado desde su rostro iracundo. Sombra inquietante que no pudo ver, fuerza que le hizo arrojar con extrema fiereza su último aliento o la pasión que jamás volvería a animarla. Luego la quietud y la nada misma. Su rostro de niña encendida dio lugar a uno helado. 

—¿Quién querría hacer daño a esta joven y menos con su perro al lado?— Se preguntó en voz alta el oficial que tomaba las fotos.

Juan quedó confundido al verlo. Cuándo había llegado al lugar de la escena. En dónde andaría su mente que no lo había registrado. 

El primer oficial se acercó a Juan y notó, por su rostro lloroso su inmensa tristeza, le preguntó si la conocía. <<Él dijo que no>> y agregó  como un autómata,  <<que mientras viajaba a una cita, se enteró que un amigo falleció cuando el locutor del programa de  radio lo comentó en vivo y como esa persona le era muy querida,  tuvo que detenerse a respirar aire fresco. Caminó y de pronto vio las orejas del perro y luego el cuerpo sobre el pastizal>>

Los días siguientes Juan obtuvo un papel protagónico inesperado en los noticieros de las radios locales. Él tan solo quería olvidar aquella sombra que con elegancia lo seguía cada noche. 


L.F. Del Signore

Cuarto Mundial de la Escritura

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