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CARMINIA


   La noche tormentosa no había dejado postigo de ventana sin sacudir en la vieja casona familiar. Carminia se despertó sobresaltada varías veces mientras dormía.

  Esa mañana se encontró sudada bajo la topa de cama. Odiaba más que nada sentir su cuerpo gomoso y mojado. Se observó en el espejo de cuerpo entero. Su camisón destilaba tantas sensaciones como arrugas mostraba. 

   Los padres de Carminia habían sido internados por contraer furiosas neumonías, es que el Covid19 se habría detenido especialmente en ellos, muy mayores ya, con el agravante de tener enfermedades preexistentes. Aún retenía la imagen de su madre angustiada mientras la colocaban en la camilla y cerraban sobre ella una burbuja de material plástico para contener la posibilidad de difusión del endiablado virus. Su padre obediente como todo libriano no había mostrado ninguna incomodidad, como aceptando su suerte y la de su amada esposa.  Para Carminia, única hija del matrimonio la situación la había superado. Abrió la puerta de su dormitorio dispuesta a higienizar los ambientes una vez que desayunara y se duchara. 

  Mientras descendía por la escalera notó que Sacristán, el gato castrado no corrió, como era su costumbre,  a su encuentro. Consideró que también estaría estresado como ella. 

  Ya en la cocina puso la pava sobre el fuego, algo de pan a tostar y del refrigerador tomó, el pan de manteca y   la leche. 


   La ducha la reconforta, sus lágrimas se mezclaron con la lluvia que caía sobre su cabeza. Pero dejo de llorar y endureció su actitud, de nada le serviría el traje de victima. Estaba sola para enfrentarse con lo que sobreviniese. Se calzó su ropa de trabajo y se puso a limpiar las estancias de la casa. Para las dieciséis ya tenia la mayor parte hecha. Cerró los ambientes que aún no hubiera limpiado y desinfectado para seguir luego. Hambrienta se preparó un almuerzo tardío. Fue a colocar alimento en el plato de Sacristán y observó que estaba intacta la leche que le había servido por la mañana. Le pareció extraño, él jamás se perdía de ingerir con una voracidad inaudita aquello que le ofrecieran. Llamó al felino una y otra vez. Recorrió con la vista las habitaciones cerradas. Ninguna respuesta, ni un ronroneo, ni maullido se escuchó. 

   El jardín exhibía ramas caídas, la sombrilla de la mesa de la pileta se había caído dentro de ella. Su corazón latía con un ritmo acelerado mientras lo llamaba. Pensó en el sótano ya que el altillo lo había cerrado. Se ingresaba por una puerta exterior al inmueble. La luz no funcionaba, tomó su celular del bolsillo trasero del jean y se acercó al sector donde su madre preparaba los shablones para estampar. El celular dejo de alumbrar y volvió a conectar la función linterna, no pudo contener el grito al ver al pobre animal crucificado sobre la última muestra de diseño artesanal de su madre.  Carminia lloró largo rato ante aquella terrible imagen.  ¿Quién podría haber sido capaz de hacer algo como eso y por qué?  Notó que el ordenador estaba encendido, movió el mouse e instantes más tarde encendió la pantalla. Su correo estaba abierto. Carminia no usaba el ordenador de su madre, cómo sería posible que lo hubieran abierto si la única que conocía la contraseña era ella. Se detuvo a leer lo escrito y se tomó su rostro con las manos. El corazón parecía querer salirse de su pecho, la adrenalina bañaba todo su cuerpo...el texto escrito decía literalmente “cuidado con lo que estás haciendo” y el cursor titilaba al final de la frase. 

   Salió corriendo como pudo de aquel lugar infernal. Sus vecinos estaban a un kilómetro de distancia.  ¿Quién habría matado con tanta crueldad al gato?  Y  ¿Quién podría haber abierto su correo? Demasiadas preguntas sin ninguna respuesta.  Sentada frente a la pileta con la vista de la sombrilla semi hundida, discó el número de la policía local. Al cortar la llamada intentó ordenar su cabeza, las ideas arreboladas dominaban su raciocinio y le quitaban claridad sobre qué hacer pero lo cierto era que Sacristán colgaba en cruz sobre el atelier de su madre y el ordenador la incriminaba.  Temblando se quedó cual estatua pensando en ¿Qué les diría a los oficiales?


L F. Del Signore

Tercer mundial de la escritura

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