El colectivo treinta y nueve abre su puerta posterior y entre los pasajeros que descienden me encuentro yo. Lo primero que percibo conocido es la Iglesia sobre la Av. Santa Fe. Mi lugar favorito cuando concurría de niña. Hoy la vuelvo a ver luego de muchos años de no transitar por el barrio y me doy cuenta que se encuentra tal cual que en mis recuerdos. Sus tres puertas principales abiertas de par en par. Los vítraux por los que la luz se colaba. Los santos que seguíamos. La gran cruz sobre la nave principal. Los queridos bancos bien dispuestos parecen dormir esperando por los feligreses. Me siento unos momentos y escucho voces de mis amigos de la pandilla infantil. Una lágrima atrevida resbala por mi mejilla izquierda. Vaya a saber cuál de aquellos instantes habrá sido el culpable.
Salgo del centro religioso. La multitud de personas que suben y bajan de los medios de transporte es increíble. Es que Plaza Italia es un nudo de distribución. La Av. Santa Fe une puntos muy distantes como el centro de Buenos Aires o su continuación opuesta por Av. Cabildo que conduce a la provincia de Buenos Aires. Yo iba de niña al barrio de Florida, pegado a la capital, a visitar a mi abuela Dora. Hoy día cuenta con un túnel que facilita el cruce de vías del Ferrocarril.
La Av. Las Heras que bordea de un lado el zoológico de la ciudad, si lo habré disfrutado. Muchos animales silvestres nativos y foráneos ubicados en sus espacios que intentaban recrear sus propios hábitats naturales. La otra vía que corre al salir por la puerta principal a su izquierda es la av. Sarmiento y justo enfrente puedo observar la Rural de Palermo, allí, a mitad de cada año, se realizaba el mayor evento comercial del agro. Nadie dejaba de visitarlo para enterarse de los avances en maquinaria, genética animal y vegetal. Otros no se perdían las destrezas y espectáculos que presentaba como la jura de razas. Volviendo a la Av Las Heras pero del lado derecho, enfrente sobre algo menos de veinte hectáreas está el jardín botánico Carlos Thays. Especies americanas y extranjeras han crecido al amparo de los cuidados y de su posible adaptación al clima local. Sus caminitos en ladrillo molido, con varios bancos dispuestos para los visitantes. La fuente con nenúfares y flores de loto que tanto me agradaba sigue exactamente en el mismo lugar.
Estos espacios han cambiado muy poco, pero el barrio en su conjunto dejó su aspecto de casitas, viejos almacenes o el cine, donde disfrutábamos de variadas películas en la matineé con el grupo de amigos del edificio donde moraba. En aquellos años pocos hogares contaban con un televisor.
Ya no se encuentra sobre Thames y Charcas la bailantanta que dominaba la noche de los sábados y yo observaba desde el ventanal de mi habitación. Tampoco existe el depósito de quesos. Recuerdo que no respiraba cuando caminaba frente a él.
Algunas escuelas de antaño se han engalanado de modernidad. Las públicas tal cual las recuerdo, las privadas como la alemana ya tiene un edificio construido muy lejos del aspecto simple de planta baja y primer piso.. Mi primer día allí fue un fracaso según me comentó mi madre y yo no he guardado nada de él en mí mente. La escuela con jardín de infantes donde me enviaron mis padres queda a seis o siete cuadras desde donde yo he vivido. Allí me fisuré un pie al quedar atrapado en la hamaca doble y estrené yeso después. La merienda compuesta por mate cocido en vasos plásticos y las galletitas de maicena curvada serán mi pasión. Concurrí allí junto a mi hermana menor. Mi hermano mayor iba a primer grado. Un micro nos recogía y nos retornaba al hogar. Los actos escolares fueron mi perdición. Me tocó una vez representar a las lavanderas y mi madre me preparó el traje. Allí conocí a mi primer amor a quien hoy aún recuerdo.
Para mi primer grado me inscribieron en una escuela religiosa también a seis cuadras. Fue un completo desastre y no duré ni un día allí. Al parecer las hermanas no me dieron de comer ya que la jornada era completa. Mi madre me cambió a otro sobre la calle Maure y la av. Luis María Campos, cuyo aspecto edilicio rodeado de grandes áreas parquizadas, edificio en varias plantas con escaleras de mármol se han quedado grabados en mi corazón. Reconozco que como fui muy inquieta y audaz pretendí que la hermana de religión se casara con mi tío soltero. Eso me valió un llamado a mis padres y un tirón de orejas. Qué más da, ella se lo perdió. Nunca comprendí de niña la razón por la cual todas las hermanas decían estar casadas con Dios.
Tantos recuerdos me han dejado impávida y ya es hora de mi cita médica. He logrado disfrutar de un pasado que no creía tan vivido en mí. Deberé seguir recorriéndolo cada vez que tenga turno con el oncólogo. Hoy por disfrutar de sus calles me he sentido feliz.
L.F.Del Signore
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