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AMELIA Relato




 La mañana gris atormentaba el paisaje campero. Desayuné rápido para poder llegar a la ruta. Dos kilómetros de barro me esperaban para ser recorridos a pie.  Imposible usar la camioneta doble tracción sin perjudicar el camino rural que tantas veces hemos arreglado los vecinos. Mi colega Marcos me esperaría en la parada del bus sobre la ruta cercana a mi chacra.  

El viento  odioso jugaba con las gotas infinitesimales en el aire. Ellas se esmeraban a sacarle brillo a mis mejillas mientras intentaba llegar a mi primer destino. El sonido ambiente debe haberse quedado dormido bajo la lluvia intensa de la noche ya que su voz sonaba ronca. Algún piar de polluelos clamando por su alimento, el ternero del vecino mamando de su madre. Liebres de tanto en tanto pero ninguna perdiz a la vista.  

Cuarenta minutos más tarde me encontraba lista bajo el techo de la garita del bus para comenzar a quitarme las botas, el impermeable largo, y el pantalón de tela para la lluvia.  Los vehículos pasaban delante de mí sin ningún tapujo. Algunos parecían bólidos a juzgar por la neblina que los circundaba cual comentas. Los camiones en fila desde lejos ya era posible sentirnos, uno a uno desfilaron imprimiendo al momento y al lugar un toque de misterioso silencio. Quedé cuasi suspendida en el tiempo y el espacio. Observé el reloj del celular y pareció haberse detenido. No sentía frío, ni la humedad pegajosa de aquella mañana, tan solo silencio. Me sacudí al levantarme del asiento creyendo que con eso volvería a la normalidad que me antecediera. Nada… podía seguir observando el movimiento de la ruta sin ninguna perturbación. De a poco fui entrando en un espacio conocido, en un tiempo que era mío. 

Estaba en el viejo muelle de mi adolescencia, las gaviotas se hacían su fiesta con algún pez capturado. La espuma iba y venia formando figuras sobre la orilla arenosa de la playa. Una vieja barcaza abandonada completaba todo  hasta el horizonte donde el mar besaba el cielo. Me quedé quieta, sin saber cómo había logrado transportarme hasta dicho lugar. Me entregué en cuerpo y alma cuando por fin sentí una voz conocida. Era la de Amelia, mi amiga inseparable. Ella se mostraba triste y callada. La tomé con fuerzas por la espalda, en un abrazo infinito. Ingresé en su interior e intenté consolarla. Su madre había fallecido y con ella sus raíces parecían enloquecidas buscando algo a lo cual fijarse.  Nos quedamos largamente suspendidas ambas en aquel silencio que nos unía. Tan solo el mar nos acompañaba en su eterno derrotero, conquistando los infinitos granos de silicio. Las aves se encargaron de sacarnos de aquel punto mágico. Un fenómeno cuántico pareció entrelazarlos  durante cierto tiempo. Éramos ella y yo dos sistemas únicos e irrepetibles en el universo que por curiosa circunstancia nos habíamos convertido en una. Aquello que nos sucediera era percibido por ambas de una forma sin igual, estuviéramos juntas o en la distancia. Nuestra conexión era instantánea. 

Amelia me sacudió y volví a tomar conciencia de estar sobre aquella ruta esperando a Marcos para realizar nuestras prácticas para la cátedra de agronomía. Sentí millones de electrones danzar a nuestro alrededor y fue él quien se percató de mi estado al preguntarme si me encontraba bien. Mis lágrimas fueron cayendo una a una hasta hacerse incontenible el llanto por la madre de Amelia y por ella a quien un desgraciado le robó la vida.  Pero en ese instante supremo mi amiga estuvo conmigo.  Como pude le expliqué a Marcos lo que había vivido. Él sonrió mostrando su lado más humano, puso su mano sobre las mías y todo pareció cobrar sentido. Sin emitir una sola palabra, Amelia volvió a mi recuerdo.


Es curioso cuántas vidas paralelas componen la de cada uno de nosotros. Mi sensación fue tan real que la llevo unida cada día. Tal vez Marcos fuera el vector que nos uniera. Quizás haya habido algún poder invisible entre ambos. Hoy llevamos una vida que nos reúne a pesar de las distancias. ¿Será que Amelia vive en él, le habrá pasado sus influjos? Yo no puedo dejar de disfrutar a mis amigos. Ellos son el cable a tierra. Aunque debo confesar que vuelo constantemente entre mundos imaginarios que sé muy bien no se encuentra en la realidad por la cual transito. 

L.F.Del Signore
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