Capítulo VIII
Lo que se siente antes de saberlo
Muriel despertó esa mañana con una sensación difícil de nombrar. No era ansiedad, ni melancolía. Era más bien una vibración tenue, una especie de presagio suave. El cuerpo sabe antes que la mente, solía pensar. Y su cuerpo, ese día, lo sabía: algo había cambiado.
No recibió mensajes de Alex en todo el día. Y eso no la ofendió. No era una mujer que midiera el cariño por la frecuencia, sino por la verdad de lo que llega.
Encendió la radio vieja de su escritorio, puso a sonar un cuarteto de cuerdas y se sentó frente al cuaderno. No quería escribir ficción. Quería dejar registro de lo que estaba sintiendo, como una bitácora de un viaje emocional que no sabía si iba a destino… o simplemente era una forma de moverse.
Escribió:
“Cuando alguien que te desea empieza a pensar en lo que deja y no en lo que busca, la historia entra en pausa. Pero a veces la pausa no es cobardía. Es respeto. Es miedo. Es madurez o incluso… amor.
Estoy cansada de hombres valientes en la cama pero temerosos frente a sus decisiones.
No quiero ser otra página en la doble vida de nadie.
Quiero ser el libro entero.”
Cerró el cuaderno. Fue hasta la ventana. La ciudad seguía como siempre. Gente apurada. Voces lejanas. Hojas que caían.
Ella, en cambio, se sentía suspendida. Como si el tiempo hubiera decidido frenarse justo antes del salto.
Esa noche, mientras cocinaba algo simple —una sopa de calabaza y pan casero del día anterior—, le llegó el mensaje de Alex.
Solo decía:
“Hablé con Clara.”
Nada más. Pero eso bastaba.
Muriel leyó la frase dos veces. No le respondió de inmediato. Apoyó el teléfono, sirvió la sopa, y se sentó en la mesa con su copa de vino al lado. Se permitió comer despacio. Dejar que esa frase le haga eco en el cuerpo.
Hablé con Clara.
Sintió su abrazo alucinante. Mortal. No era un explicación, tan solo que habló. Aunque para él debía haber sido todo un terremoto emocional. Sabia que odiaba los conflictos. Hoy él se encontraba justo en el ojo del huracán. Nadie mas que él podia resolverlo. Enfrentarse a su pasado, confiar en su presente… por favor… eso dolía y mucho.
Y en la vida de alguien como Alex, eso ya era una revolución.
Tomó un sorbo de vino y escribió su respuesta con calma:
“Bien. Eso es aire, Alex. Abrí las ventanas, aunque no sepas si va a llover.”
Esa noche no hubo más mensajes. Pero tampoco eran necesarios. Había algo que se estaba moviendo en el fondo de sus historias. No un amor adolescente. No un arrebato.
Era el inicio lento, pero firme, de un deseo que pedía paso con la fuerza de lo que ha sido contenido demasiado tiempo.
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