Villa Crespo fue el barrio donde me crie. Casas antiguas de buena construcción. El subte B y líneas de buses sobre av. Corrientes.
Al regresar de Malvinas como excombatiente fue mi paraíso. Vida familiar, salida con los amigos, trabajo y alguna noviecita de tanto en tanto pero ninguna me duró cuando notaban mi apego como único hijo a mi vieja.
Ella contenía mis crisis. Fueron largos años de superación postraumática hasta que desperté de ese estado tedioso e insípido.
Hoy con cincuenta años cumplidos miro para atrás y no puede creer todo lo vivido. Tres décadas trabajando en la casa mortuoria del barrio, en el turno noche, o sea que me tocaba acomodar los féretros y las flores, gestionar el café y las masas. El gerente organizaba las tareas a la perfección y era médico en el hospital. . Curiosa tarea se había elegido.
Recuerdo que noche, las actividades se vieron entorpecidas por la llegada de diez cadáveres. Los pocos empleados tuvimos que multiplicarnos para prepararlos.Cuando Cristian el médico y gerente llegó corrimos a su encuentro con las preocupaciones a flor de piel. Él nos apartó y dijo que el mortuorio era un negocio y que si a alguno no le agradaba ya sabíamos por donde salir. Cansados y enojados terminamos de trabajas y a la madrugada regresamos a nuestros hogares.
Queríamos pensar que había sido solo un vez pero toda la semana fue igual. Para colmo una noche uno de los cuerpos se movió al conectarlo a la máquina quita líquidos y Pepe, el nuevo se desmayó. Limpísimos sobre una camilla y cuando Cristian lo vio armó un revuelo de aquellos. Yo ya andaba reventar cargado. Mi vida solitaria se había convertido en un infierno de Dante. La vecina de arriba drogada se paseaba desnuda por su departamento con la música al máximo. Su perro aullando y su chulo amasándola con ganas.
A gatas ese último mes se había ido y yo me sentía desbordado por lo que solicité el adelanto de mis vacaciones. El dueño vaya a saber la razón, me las niega. Se las pedí justo cuando contaba la mosca tan campante para ir al cajero, su negativa logró sacarme de mis cabales, fue entonces que lo agarré del cogote y lo revoleé por el aire. Resultado, la yuta me esposó y terminé en el calabozo de la comisaría. Chau laburo de tantos años!
Cristian me esperaba luego de pagar la fianza en la calle fumando. Con odio pasé a su lado pero lo ignoré. El flacucho me detuvo y me explicó que con la guita que se levantaba con los muertos, sí, esos que él enviaba del hospital, el jefe se había encontrado con la oportunidad de trasladarlos a cementerios del interior, total nadie los reclamaba y que el estado le pagaba por el servicio. Me convenció de volver ya que él hablaría con el dueño para ponerme de camillero.
Una semana después, yo fumaba un cigarro apoyado sobre el vehículo esperando un traslado y observaba cómo ingresaban cuerpos por la puerta lateral. Parecía interminable. A mí me tocaba distribuir una vez preparados los mismos de a cuatro o cinco por noche.
Por lo menos la nueva tarea resultaba algo liberadora. Salía con la carga a recorrer calles desiertas, sin la obligación de respetar semáforos gracias a la sirena. Llegaba a cada lugar y me firmaban el traslado. Me tiraban algunas propinas casi siempre con lo cual mis bolsillos engordaron. Para fin de año la cuenta del banco demostraba lo bien que me iba, agradecido con Cristian cerraba la boca pero comencé a botar rarezas y una noche abrí un cajón. Con el celular palpé al fallecido y descubrí que presentaba una costura. Justo el que revisé tenía una solapa de plástico enganchada de ella. Iluminé haciendo foco y caí en la cuenta de que lo habían llenado con una bolsa de algo. Tomé una imagen. Cerré y entregué todo esa noche como siempre pero me quedó la cabeza dando vueltas.
Días más tarde renuncié y alquilé un local para alcanzar mi sueño. La pizzería fue mi mayor logro. Atrás quedaron los muertos y su uso nada santo. Ahora me tocaba disfrutar en Villa Crespo como siempre había querido. Una nueva vida lejos de la avaricia y el descontrol de aquel mortuorio. Los días fueron durmiendo tantos malos recuerdos. Marisa me sacudió con su voz algo afónica y sensual. Rozó mi cuello un suspiro que me obligó a regresar a tierra. Qué me importaba el pasado si mi presente estaba en mis manos junto a una mujer que me amaba.
L.F.Del Signore
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