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SIN RAZÓN ALGUNA Cuento Policial


 “ Aunque esté muerto los cuidaré.” El padre los sorprendió esa noche con sus últimas palabras. Juan, el menor de los hermanos apretó con fuerza la mano de su progenitor al tiempo que dos lágrimas recorrían en carrera descendente su rostro de niño. Emilio forcejeaba con sus manos tratando de evitar el desenlace final.  Sebastián en cambio las tenía sus bolsillos, tieso como una roca, no emitió ni una palabra. Su mirada fija en el piso, su rostro endurecido cual piedra demostraba la impotencia de perderlo. 


Dos días antes en el hogar de los Leroux todo era alegría. Emilio se había recibido de médico. Sebastián había ascendido a supervisor en el trabajo del manejo municipal de residuos y esperaba a su primer hijo. Juan aún cursaba el secundario, por lo cual la vida parecía florecer en el seno familiar.  Cenaron entre charla, chistes  y risas hasta que el padre se incorpiró para solicitar un brindis y dar a conocer sus sentimientos de orgullo y puro amor por los logros de sus hijos. De pronto se sintió  un seco estampido y el padre hizo una mueca hueca y cayó como muñeco desinflado. Corrieron para sujetarlo sin comprender la gravedad del momento. Sebastián fue quien lo sostuvo como pudo y notó cómo su brazo se cubrió de manchas rojas. 


“Llamen a urgencias ya!! “ Gritó. Sus dos hermanos impávidos miraban la escena sin comprender. Fue Juan quien marcó emergencias, dio la dirección solicitando urgencia por riesgo de vida.  


La ambulancia cerró sus puertas llevando al padre y a Emilio. Sebastián respondía preguntas al detective Mayo, quien libreta en mano recorría la habitación donde habían estado cenando. La lista de preguntas oprimió el pecho de Sebastián y tuvo que sentarse para serenarse. Mayo le dio un respiro  mientras le sirvió agua. Para continuar con el repaso de posibles enemigos. Detalle de ocupaciones del grupo familiar. El celular de Juan cobró vida por el llamado de Emilio desde el hospital diciendo que lo ingresaban en ese momento en el quirófano. Que la bala estaba alojada en el cráneo del padre. El menor se puso blanco cuando le explicó a Sebastián sobre lo dicho por Emilio. Ambos se abrazaron y lloraron. 


Mayo cerró su libreta y se marchó dejando su tarjeta sobre la mesa. Los hermanos se dirigieron al hospital con apuro. Ninguno emitió vocablo durante el trayecto. Al llegar subieron al tercer piso, allí estaba Emilio sentado a un costado de la sala. La luz blanca bañaba cada centímetro dando la imagen de estar entre nubes. Los tres se tomaron de las manos en un ruego conjunto por el bienestar del padre. 


La habitación celeste le parecía a Sebastián una caja sin salida sabiendo la gravedad de la situación. Sus manos cerradas y sus dientes apretados. Levantó sus ojos, fijándolos en el cielo raso, pidiendo, implorando por su padre. El chirrido de la máquina delató en ese preciso instante en que dejaba su vida. Los tres se apretaron en un fuerte abrazo un buen rato. 


Tiempo después el teniente Mayo se comunicó con Sebastián para informarle que habían capturado al tirador.  Lo peor fue que el tipo había estado tan drogado  que disparó sin conciencia realmente. Una muerte más en la ciudad. Una pérdida irremediable porque a un cualquiera se le había antojado  manipular un arma. De qué le valdría a los Leroux saber sobre sus motivos o su vida si él les había arrebatado la de su padre. 


Emilio se mudó a la casa familiar, Sebastián vio nacer a su hijo y Juan terminó con sus estudios de secundario y se inscribió en la facultad. Ellos sabían que su padre los cuidaba desde donde estuviera y lo estaría por siempre, de eso nadie dudaba. La libertad los unía.



L.F. Del Signore
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