Mi tía Estela y su esposo han vivido por más de sesenta años en la gran casona familiar. Ella y su hermano Juan, poblaron de travesuras y recuerdos cada uno de sus infinitos rincones.
Mi padre fue el primero de los hermanos en contraer matrimonio, mudándose con mi madre a una casa en el barrio de Saavedra de la ciudad de Buenos Aires.
La tía en cambio creció, se casó y vivió hasta su muerte con los abuelos. Hoy me toca a mí regresar a la casa de mis ancestros.
Mi hermano emigró a Canadá, hastiado por la inestabilidad del país y como la tía no tuvo descendencia, testó a nuestro favor antes de fallecer.
La señora Eusebia, la gobernanta, y el jardinero Ruiz la han mantenido en muy buenas condiciones a juzgar por lo que veo.
Ambos servían de extraña manera, por el modo de saludar de esta mañana. Supongo que volver a compartir sus estancias los habrá puesto susceptibles. El hecho es que me haré cargo de habitar la casa. Pienso en mañana cuando la empresa de mudanzas traiga nuestras pertenencias y ya me siento agotada. En fin, mejor no preocuparse, siendo como soy una mujer organizada, tengo todo bajo control, incluso la cena para esta noche.
Ricardo, mi pareja actual se ha portado estupendamente, él envíó un baúl con mantel de hilo, cubiertos de plata, platos de posición y vajilla completa para dos. Del menú me he encargado yo y será una sorpresa para él.
Eusebia y Ruiz ya se han ido. Está cayendo el sol en un bostezo rojizo. El silencio es abrumador en el interior. Solo percibo mis pasos sobre el piso de época del pasillo.
Entro a la biblioteca y me acomodo en uno de los sillone. Entre la penumbra me siento cobijada. De pronto un ruido me sobresalta. Enciendo el velador a mi derecha y noto que un libro se ha caído de su estante. Me acerco y lo recojo. Siento un flujo eléctrico desde mis manos hasta la espalda al abrirlo. Una luz intensa fluye de sus textos. Intento leerlos, pero se tornan borrosos. Me quedo estática como paralizada por una fuerza superior. El golpe de la puerta al cerrarse me obliga a girarme, pero no puedo. Una voz conocida me llama por mi nombre, es la tía Estela con su marido. Ellos entran en movimiento desde la gran pintura sobre el hogar encendido. Mi corazón se acelera, es ella, no hay dudas. El tío me abraza y yo suelto el libro.
—Qué estás haciendo en la biblioteca cuando deberías estar preparándote para la cena? Pregunta mi pareja al ingresar al lugar donde me encuentro. —Yo...—ni sé lo que ha pasado. Debo haberme quedado soñando.
—Apúrate que ya llega el pedido y tengo hambre. — Remata sonriente.
Un poco más tarde, cenamos tranquilos usando todo lo que había en el baúl.
El buen vino nos relaja o el cansancio, no lo sé. Lo cierto es que al rato nos vamos a la cama.
La noche de luna llena invade desde el ventanal casi toda la habitación. Una brisa suave se cuela entre las cortinas, eso me anima a incorporarme. El libro destellea sobre mi mesa de luz. Lo tomó entre mis manos y me dirijo con curiosidad a la sala para leerlo. Nuevamente siento la electricidad en los brazos. Quiero, necesito leerlo y comprender qué es lo que sucede. Con la luz del velador logro hacerlo de a poco.
De pronto quedo a oscuras y las chispas salen de las letras escritas. No concibo explicación alguna, pero debe haberla. Justamente eso me dice mi tía mientras sostiene mi palma. Escucho atentamente cada una de sus palabras y me quedo asombrada. Ella señala en dirección al que fuera su dormitorio. Tomo coraje y me levanto. Camino lentamente hacia él. Abro el picaporte y otra página se enciende. Dentro no hay nadie. Siento música en el gran salón y bajo las escaleras. Varias personas se encuentran danzando al ritmo de la siguiente página. La mañana siguiente, me parece haber dormido largamente. En la sala han quedado las copas de la noche anterior y se encuentra desordenada. Eusebia me trae el desayuno y le imploro me explique lo que sucede. Al tomar su mano, ella se desvanece.
Fueron muchos días descubriendo un pasado que tal vez la tía guardó para nosotros. Mi pareja jamás se anotició de aquello que sucedía al abrir el libro. Con la tía charlamos mucho hasta que me contó donde había enterrado el gato. Al cavar para comprobarlo me encuentro con un cadaver y el gato sobre lo que habrá sido su rostro. La policía al fin encontró al tío en esa fosa. La tía jamás volvió.
L.F.Del Signore
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Escrito para el 5to. Mundial de la escritura

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