Recuerdo la mirada de cada uno de aquellos que pasaron por mi vida. Puede que hoy no retenga sus nombres, pero aún conservo muchos recortes en cámara lenta que me colman de vida.
Mi hija le ha comentado a mi nieta que la abuela tiene olvidos, ella se acerca tan tierna y me besa, luego me susurra al oído <abuelita juguemos al juego del ayer>. Su pícara sonrisa logra poner en marcha la maquinaria de mis recuerdos. Ella quiere un cuento, de esos que yo llamo “lujosos“, no porque tengan oro ni piedras preciosas sino porque llevan grabados los sentimientos y algún beso también.
Quedé viuda muy joven, con dos hijos que criar y un campo que atender. Por esos días era escasa la ayuda, había mucho para enfrentar cada día, desde alimentar a las gallinas que raudas corrían hacia mí cuando entraba al gallinero con el balde repleto de maíz, los pavos como los gansos andaban con libertad. Las ovejas se entretenían repasando el rastro de las vacas. Siempre algo se rompía, también nos tocaba cortar pasto para acumular para el invierno, juntar leña para la cocina. Todo llevaba buen tiempo.
Don Carlos me ayudaba y se ocupaba de los cultivos, fue entonces que al finalizar una jornada de cosecha de girasol, me acerqué llevando unos mates a la casilla del contratista. Una voz a mi espalda hizo que me girara y ahí lo ví.
-Abuela, viste al señor que cosechaba ?
-No Juanita, no fue a él a quien ví, sino a un paisano que comenzó a contarnos un relato de su familia en la provincia de Entre Ríos.
-Ah, pero Abuela, en los otros cuentos este señor no apareció.
-Juanita, ya eres más grande y hoy te voy a contar sobre este gaucho ayudante, que escribía y sabía hablar muy bien.
-Fueron novios, abuela?
-En esa época mi pequeña princesa, una madre con dos hijos pequeños no podía darse ese lujo. Pero espera que te contaré.
Se llamaba Manuel y se robó la tarde con su relato. Cuando me di cuenta corrí a preparar la cena en casa e invité a comer al contratista, a Manuel y a don Carlos. Cuando terminamos de cenar, ellos se fueron de a uno, el último fue Manuel, que me pidió papel y lápiz para escribirle a los suyos.
Pasó esa semana y al finalizar el trabajo de cosecha, Manuel me trajo un carta.
-Qué decía la carta abuelita?
-Luego de un pequeño relato, me pedía que me casara con él. No olvidaré su entusiasmo, ni su sonrisa, pero lo que más recuerdo fue aquella mirada cuando lo rechacé.
-No te gustaba Manuel?
-Sí que me gustaba! , pero como te dije, no estaba bien visto que una viuda se casara y mucho menos con alguien más joven que ella.
-Lo volviste a ver?
-Válgame el cielo pequeña, nunca más lo vi. Me enteré que se había vuelto a sus pagos tiempo después. Supe otras cosillas por tener amigos comunes. Con la llegada del teléfono, me animé a marcar una vez.
-Abuela, tenían teléfono en tu casa de campo?
-No corazón, había que ir al pueblo. Darle el número a una telefonista y era ella quien marcaba. Luego hablaba yo. Pero no me animé a decir nada y corté.
-Una sola llamada hiciste abuela?
- Eres vivaracha mi pequeña, como vienen los niños ahora! En secreto te diré que fue más de una vez. Pero siempre me quede callada y me conformé con escuchar.
-Abuela, se dieron un beso?
Mi pequeña inquisidora no me dejaba pensar. Pero ella era mi confidente y le dije que si al final. Me dio un abrazo muy fuerte y se quedó sonriente tapando con sus dos manitas su boquita de carmesí. A mi se me escapó una lágrima por la emoción. La lágrima temerosa corrió por mis surcos marcados y se escondió en el más profundo. Juanita no la vio. Con cada llamado yo sabía que él vivía y tal vez algún día me animase a confesarle que debí haberle aceptado su proposición.
L.F. Del Signore

Comentarios
Publicar un comentario