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LA VISITA Cuento

 


Ha sido un día hermoso,  con la temperatura justa para andar en manga corta en esta época del año. El viento  se ocupa de sacudir las casuarinas de la entrada a la chacra Azucena y parece que ellas emitieran palabras que llenan nuestros oídos. 


Desde la baranda de madera ubicada frente al establo saboreamos el mejor de los vinos que venimos añejando.  ¡¡Cuánto  nos gusta a ambos la vida de campo!! 

Atrás quedaron las ovejas,  no hubo tiempo para seguir trabajando con ellas, pero los raudos y obedientes Border Collies se encargaron  de arrearlas de regreso al lote ubicado al costado del pueblo.  


Levanté la vista mientras cerraba la tranquera antes de partir y observé cómo emprendías el regreso a la chacra. No te tomaría más de cinco minutos a paso rápido para llegar al destino. Apenas una distancia de quinientos metros entre el pueblo y la estancia de don Olegario donde yo estaba a cargo  del manejo del ganado bovino y de la cabaña de ovinos Texel. 


Habíamos convenido con Marcos en regalarnos un tiempo, luego de debatir largamente sobre si era posible para mí que él continuara con su vida sin  introducir  alteraciones.  Difícil situación vivíamos, la culpa se había hecho amiga. 

A Marcos en verdad le agradaba  su propio castillo, el único que había creado junto a su amada.  Se sentía cómodo dentro de sus límites. Todo había estado bajo un control idílico bajo y funcional a su vida. Pero...¿Qué lo habrá movilizado para encarar esta apertura conmigo? ¿No habrá tenido en cuenta que al crear un mundo paralelo para ambos, su universo real y tangible tarde o temprano podría verse perturbado? 

Ansioso y persistente como era, logró convencerme sin escuchar mis reparos que luego serían los nuestros. Fue entonces que nos integramos por completo en la aventura... Algo que distaba enormemente con mi forma de ser y mis principios, aunque desoyendo mis alertas, trance con su emoción y la mía. 


Sus  visitas a la chacra ocurrían cada quince días y coincidían con rutinas comerciales de su empresa. O se las habrá inventado, no lo sé. Mis tiempos habían mudado hacia las actividades que me ofrecían los encantos de la soledad y los paisajes de los recuerdos. No en balde los años se acumulan. Y sí, ya había alcanzado la sexta década. "Agnes, los años no importan, sino la edad del sentimiento que nos anima, corazón." Solía decirme Marcos y remataba con "Tu tienes un atractivo  increíble e indescifrable que incita a ejecutar  los deseos incumplidos contigo." Repetía ante mis ocasionales dudas. 


— Marcos, en un rato te alcanzo. —Le grité con fuerzas. Él elevó su brazo derecho, en señal de haberme oído y siguió su marcha.  Era fácil  predecir qué haría al llegar a la casa.  De seguro encendería la radio en su canal preferido, apenas protestaría si hubiera interferencias que provocasen ruidos que le impidieran escuchara la música de los setenta y ochenta que tanto le gustaba disfrutar. 


Si las cosas no hubieran salido como lo  planeado, abriría la aplicación online en su celular y asunto solucionado. Luego descorcharía alguna botella  artesanalmente elaborada en la provincia de San Juan exclusivamente para él. Procedería a servir el fino y delicado torrente con aroma a frutas asoleadas dentro  de las copas de cristal previamente alistadas y se echaría en el sillón aguardando mi regreso. Era un hombre sin vueltas, cuyos objetivos lo mantenían fresco y activo en general. ¡Creo que su único error o el factor que desentonaba en su pulcra y ordenada  vida era justamente yo! 


Sin emitir vocablo alguno, su copa se fue vaciando y él comenzó  a servir con placidez un poco más  del exquisito vino.  Luego de unos minutos se aprestó  para encender el fuego.  Temprano habíamos decidido  el menú para la cena.  

Marcos era sumamente paciente para aquello que quería, quedaba demostrado al haberme convencido de iniciar tamaña relación conmigo. También exhibía su paciencia y destreza como asador. Es obvio que esa tarea le había quedado asignada cada vez que se allegara a mis pagos. La pata de cordero no tendría ninguna otra chance que dejarse asar bajo su dominio.  Y él se sentiría un rey una vez sentados a la mesa. 


— Marcos, ya tengo lista la guarnición. 

— ¿Vas a sorprenderme? ¿Qué has preparado? 

— Repollo finamente rebanado  con cubos de naranja, un sabor magnífico para combinar con carnes fuertes y que tanto me gusta. Esta otra  fuente contiene berenjenas y ajíes con ajo picado que son justamente de tu agrado. Esta vez te diré que los ajíes dulces fueron tratados previamente al calor, para desprenderles su piel y tiernizarlos. Añadiré que, todas las verduras y hortalizas las cosecho en aquel espacio del vivero semicubierto.

— ¡Magnífico , el sabor será otro!, ¿podrás acercar la bandeja de quesos que he traído? 

— Por supuesto. — Busco el mantel y la vajilla para preparar la mesa. Al salir me detengo a observarlo desde la puerta de la cocina. Lo veo distribuyendo las brasas, esos restos incandescentes que quedan luego de hacer arder la madera. Cuando  el fuego pasa a entretenerse con los nuevos troncos,  estos van   desapareciendo para convertirse, al ir apagándose  la llama, en un elemento específico, las brazas,  que  tan sólo emitirán  su propia incandescencia.  Ese momento es el apropiado para tomar con la pala un montoncito de ellas y esparcirlas debajo de la porción de cordero que descansa bien adobada sobre la parrilla. El calor y el tiempo dedicado  serán los responsables de llevar al punto jugoso, medio o bien cocido,  por radiación,  que más nos agrade. Me da verdadero placer observar sus movimientos pausados. Es una sensación infinita de tranquilidad. Nadie nos apura en esta incipiente noche.  Aunque no podrá prolongarse en el tiempo, ella logrará abrirse un poco,  para cobijar con esmero el sueño que seguimos alimentando entre los dos. 


— Agnes, ¿te has quedado congelada? — Y se ríe con picardía. De seguro ya imagina por dónde andará volando mi mente. Me acerco sonriente cargando la fuente. Despliego el mantel, ubico los platos y siento sus brazos rodear mi cintura. Con suave firmeza se pega a mi espalda y comienza a recorrer mi cuello contándome una historia sugerente...


L.F. Del Signore

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