Me dejo llevar por la estúpida conversación del grupo. Un bar de mala muerte nos hace el aguante hasta que se haga la hora de ir a bailar. La bebida me sabe a todo lo que odio. Mi viejo pegándole a mi madre por estar borracho y yo no voy a empezar a caminar su camino porque estos vagos me a beber con ellos.
Observo el lenguaje corporal de las chicas. Parecen ególatras mirando sus rostros en imágenes tomadas con sus celulares. No es una sino cientos de selfies que se hacen, hasta dar con la perfecta, con una ideal. Los flacos peinados con cortes calcados. Pulseras y aritos nos se quedan atrás. No hablan, tan solo repiten. Ciegos de envidia ni saben quién soy. Fue Claudio el más grande que me agarró del cogote y me trajo hasta aquí. Sentado en la punta de esta mesa insufrible, que yo en verdad, quisiera partir.No es fácil estirar los segundos pero casi es la hora, se nota en las chicas moviéndose al ritmo de esas canciones que tienen en la mente, de esos recuerdos a vodka y a gin. Adentro la música se vuelve agresiva. Persianas golpean, bocinas que espantan. Cubiertas que explotan y yo sigo aquí.
Me hierve la sangre, palpita mi pecho cuando un rostro se pega a mi cuello. No logro alejarme, me quedo muy quieto, me dejó llevar mientras ella me empuja, me aprieta y me besa. Soy un simple chico que no sabe jugar. No tengo ni onda. Lo nota y se quita. Un pibe la agarra y se la lleva atrás. La pierdo de vista. No hay gritos ni llantos, es que solo se escucha el sonido de los grandes parlantes. Retumban y vibran inducen aullidos y todos se agitan intentando bailar.
Afuera el rocio, la luna se oculta. Me toca el regreso que no quiero iniciar. Si ella volviera, tal vez probaría, solo me conforma haberle sido fiel. Segundo de asombro, instantes eternos, de esos que se asoman ante un final.
L.F. Del Signore
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