Delante de la hoja que muestra el ordenador con farsante alegría encuentro la placidez de deslizar mis dedos sobre el teclado buscando la letra que me otorgue la punta inicial que tanto necesito. Llueven ideas entre los miles de recuerdos y experiencias que he acumulado. Octogenaria como soy, puedo hilar mis palabras jugando con ellas. Intento por todos los medios no tomar la decisión que tanto me angustia, pero reconozco que el tiempo corre detrás del objetivo y este parece que se aleja de todas mis posibilidades.
Me retraigo por un momento ante la terrible ansiedad que me azota desde hace unos días. Observo la pantalla que despiadadamente me ametralla con sus infinitos recursos entre mentiras y escenas sin sentido. Series y películas que he visto más de una vez en estos últimos años sacuden mi interior induciendo a seguir por un camino o por otro. No les hago caso. Sigo perpetrada a la espera de la magia que tanto anhelo.
Enciendo el televisor y asisto al pasaje de los noticieros que es realmente desgastante. Canal tras canal repitiendo lo mismo. Escasean las verdades verdaderas. Ni hablar de la nula realidad relatada por algunos presentadores. Sesgados nos vemos como esclavos agonizantes atrapados frente la caja de pandora.
Quisiera desaparecer de la faz de la tierra. En mi caso, desearía esfumarme cuando escucho los magros porcentajes asignados para los haberes de la clase de los adultos mayores jubilados. No llego ni a tocar la segunda semana de cada mes y he debido vender mi hogar a un grupo inversionista, que si bien me ha pagado el cincuenta porciento de su valor de mercado, me permite según el contrato, vivir en él hasta el día de mi muerte.
Mi visión parece convertir la pantalla en un caleidoscopio. Temo no poder llegar a terminar mi desarrollo, intento acercarme a una secuencia de un suceso misterioso como me ha pedido mi nieto mayor para presentar en su escuela. Y yo aquí sentada cual estatua de plaza.
Siento que algo derriba mi cabeza. Es entonces que percibo el lento fluir por mi cuello. Mi corazón desbocado, mi aliento perdido. Un grito ahogado mientras vuelvo a considerar que mi cerebro deja de ser mi aliado. Pierdo la estabilidad y caigo cual ave herida. Desde el piso escucho voces que se apuran por quitarme mi anillo. No me resisto, cómo podría. La cadenita en mi cuello parece que le resulta de atractivo. Siento el tirón que rompe su enganche. Corridas y gritos al son del ladrido y ataque de mi perro. El viejo sombra muerde una oscura figura. Yo parezco flotar en las tinieblas.
L.F. Del Signore.
Todos los derechos reservados.
Mi visión parece convertir la pantalla en un caleidoscopio. Temo no poder llegar a terminar mi desarrollo, intento acercarme a una secuencia de un suceso misterioso como me ha pedido mi nieto mayor para presentar en su escuela. Y yo aquí sentada cual estatua de plaza.
Siento que algo derriba mi cabeza. Es entonces que percibo el lento fluir por mi cuello. Mi corazón desbocado, mi aliento perdido. Un grito ahogado mientras vuelvo a considerar que mi cerebro deja de ser mi aliado. Pierdo la estabilidad y caigo cual ave herida. Desde el piso escucho voces que se apuran por quitarme mi anillo. No me resisto, cómo podría. La cadenita en mi cuello parece que le resulta de atractivo. Siento el tirón que rompe su enganche. Corridas y gritos al son del ladrido y ataque de mi perro. El viejo sombra muerde una oscura figura. Yo parezco flotar en las tinieblas.
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