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LA EQUIVOCACIÓN-III

 


Capítulo III

La noche llegaba a su momento de mayor embrujo. Juan sentía unas ganas enormes de encontrarse con Agnes. Ella, era una mujer que podía electrizarlo y sumirlo en el universo del delirio. Pura magia surgía entre ambos. Sin ser bella, todo en Agnes era belleza. Las charlas extensas que solían mantener entre ellos  le resultaban a Juan de intimidad abrumadora. 

   Divorciado  sin miras a cambiarlo a pesar de los  años, se mantenía en forma gracias a entrenarse en boxeo, hacer natación y buceo.  Le hubiera encantado tener una familia, pero sus obligaciones habían sido extremadamente demandantes lo cual le excluyeron la posibilidad desde joven. Por otra parte corría riesgos personales normalmente, razón suficiente para no involucrar a terceros y una familia era mucho más que eso. Le pesaban sus horas de soledad, aunque Agnes lograba devolverle la vitalidad, la energía y la cuota de amor que no había querido desarrollar.

El ascensor moderno cerró sus puertas y los espejos le mostraron su propia imagen pensativa. Se arregló el cabello, aflojó su corbata y abrió el primer botón de su camisa, cuando se detuvo el conteo en el piso veinte. 

Las puertas se abrieron. Lo primero que observó fue el íntimo bañado con una luz  tenue. Su bienvenida.  Sobre la mesa del comedor  el mantel y la vajilla bien puestos. todo un detalle hogareño.

Los grandes ventanales del living  eran una fiesta para la vista. Buenos Aires en todo su esplendor lo recibía y él no podía  menos que expirar como si saliera a la superficie desde las profundidades oceánicas.

La voz suave de ella le susurró su nombre con esa deliciosa armonía que le era tan propia. Se giró y la tomó por la cintura, la llevó con firmeza hacia su pecho y le dio un beso largo. Un baile ensayado tantas veces. Algo que en verdad los distinguía. 

 Agnes  era una mujer multifacética  e  inteligente . Pero sobre todo audaz, ese aspecto no le permitía ningún error.  En ese preciso instante, ella se abrió a la entrega hiptonizándolo.  Se despegó con suavidad de sus brazos y le sirvió una copa de su adorado extra brut bien frío, al tiempo que lo invitó a acomodarse mientras ultimaba la cena.

Continuará...
L. F. Del Signore

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