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LA ENCRUCIJADA

 


—Quién no se ha salido de sus casillas alguna vez ?  Pablo  terminó su relato, íntimo y desgarrador. Gerardo, su amigo desde la infancia lo conocía a la perfección.  Desde la primaria se reconocieron unidos. Muy diferentes entre sí, se  complementaban. La inteligencia de Pablo lo ayudaba a encontrar soluciones muy fácilmente. Él era sagaz, tierno pero explotaba cuando las cosas no salían como planeaba. Manipulador al extremo, a veces se boicoteaba negándose luego a evaluar que su propia provocación lo sumergía en circunstancias totalmente evitables. Con sus parejas era muy dulce para enamorarlas. Evaluaba cada centímetro de sus vidas y posesiones. Estas le duraban una década como siguiendo los vaivenes de la economía y la política argentina, luego de lo cual le tocaba cambiar de administración.  Nunca aceptó su parte de culpa, volviendo a cometer los mismos errores y a obtener iguales resultados.


Su capacidad de razonamiento solo aplicaba a ser usada en su profesión pero la inteligencia emocional no lo había dotado a Pablo. Fue tal su infancia consentida por una madre  malcriadora, exigente y bipolar que el pobre terminó por transitar muchos divanes psiquiátricos. Ninguno le otorgó la paz  que necesitaba, ni  le ajustó sus tuercas.

Pablo observaba su café meditando los pasos que debía  seguir. Sabia  que se encontraba  en una encrucijada.  Su discapacidad motriz no era comparable a la personal. El hecho puntual que nos ocupaba en esa charla era  la renovación de su licencia de conducir .  Tema que le habían rechazado. Obvio que la culpa recaía en la perra psicóloga del examen psicofísico  que se le había negado. La causa impuesta  fue por su conducta hostil e intimidatoria por no agregan su  menosprecio al género ni mucho menos a la autoridad. Pero quién puede ser más  capaz que él cuyo curriculum vitae  acumulara  más de diez páginas, le comenta a Gerardo.

Pablo raya  con la esquizofrenia según la descripción de la funcionaria y lo ha enviado a hacerse tratar en algún hospital público . Cuando le den el alta podrá intentar conseguir su registro.  Pero él no es de los
que aceptan negativas, mucho menos imposiciones. Revuelve su tercer tazón de café con leche con  Inquietante actitud negadora.
—Te das cuenta que esa mujer no escuchó cuando le dije que tenia pago el trámite? Según ella, no aparecía en el sistema y me obligó a volver a pagarlo. De nada sirvió mi recibo online, mi discapacidad o mis escasos recursos de jubilado.  Cuando le entregué el recibo que obtuve del cajero automático en el centro de gestión municipal, lo dejó de lado aduciendo mi conducta intimidatoria. Solo le dije que lo tomara en cuenta e hiciera su trabajo. Pero según la mujer yo ingresé vociferando a lo loco. Estoy frito, amigo!  Ya revisé los hospitales públicos de la ciudad y no brindan atención psiquiátrica. Consulté al colegio de psiquiatras y me piden una fortuna para expedir un certificado. Es bruja prepotente no se va a salir con la suya. Pero lo cierto es que no puedo moverme en bus por mi problema del pie. Tomar taxis no es simple y verdaderamente costoso para mí. Qué te parece que pueda hacer? — Pablo miró a Gerardo en tono suplicante.
—Buscar un hospital que te atienda—Respondió él.
—Ya los recorrí y nada. Les cortaron presupuesto, no dan abasto y bla ,bla ...
—Amigo, no tendrás algún contacto en otro municipio?  Me he enterado que las licencias en este país se consiguen por izquierda.
—Quiero mi licencia real, manejo desde  chico y hoy a mis setenta no veo cual es la razón de que me la niegue esa perra. Seguro justifica su sueldo con su actitud y lo peor es que nuestros impuestos pagan su cargo.  
Luego de dos horas e innumerables repeticiones del asunto salieron  del café.  El auto de Gerardo estaba a metros , subieron y partieron hacia el Hospital Pirovano.  Al llegar, buscaron un lugar para estacionar bien cerca aprovechando el tema de  la discapacidad de Pablo. Descendieron y voltearon al escuchar los gritos a pocos pasos entre una mujer y un joven.  El muchacho desquiciado le bajó el cargador del arma y corrió desaforado. Pablo se acercó y trató de auxiliarla, llamó a  emergencias y le pidió a Gerardo ir a Urgencias a pedir un médico ya que casi estábamos en la puerta del servicio. Al regresar él  le había colocado su saco debajo de la cabeza y le hablaba acariciando su cabello.  Sus manos estaban ensangrentadas. La mujer  estaba sin vida. Gerardo lo puso de pie y notó las lágrimas en los ojos de su amigo. Este lo abrazo y le susurró que la mujer era la perra que le negó su registro.

L.F. Del Signore
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